Si ya nada a tu alcance puede sacarte de esta cárcel, libre es tu pensamiento, libre es tu sentimiento

7 oct 2010


Las ventanas ciegas

Pero casi trece años tenía. Pelito Sucio había perdido el documento en una vereda y antes los cumpleaños, los dominguitos dulces. Andaba mareado de tanto mundo por las vueltas del mundo, aunque no sabía; porque todo es recto, porque las avenidas son largas, los negocios cuadrados brillantes, las vidrieras limpias, los televisores planos, finitos encantadores por la tarde. Pelito Sucio también conocía las plazas, patios del mundo, giraba en las calesitas, y sí, había humo también, cansado dormido cieguito, pero no alcanzaba con un mareo y daba otra vuelta sin sortija y otra más, la sortija que no aparece y ojalá, porque es la última pero la sortija no existe, hasta que volaba de la calesita muerta y acortaba el camino pateando una lata vacía.
Pero vacía no estaba, ella estaba pintadita, serena, bellamente muy flaca en el orfanato alegre de las seis, caída en la novela real de cada año, con colchones tibios envueltos en paredes de colores y abandonos de mentira, porque encima, ella cantaba por los pasillos asqueados de perfume, de acá para allá con sus amigos tan felices tan huérfanos, habladores perfectos, bien peinados, que querían besarla ahogarla en abracitos flojos, que querían quererla, sin amor.
Pero un montón la quería, despintando la lata, mareado; venía pateando una esperanza desde la calesita, la plaza, el humo que da a la avenida. La quería, sí, en esos cuadrados brillantes, abarrotada en la vidriera. La quería más con los televisores prendidos, las propagandas eternas y extrañarla, indecisa hermosa. La quería y se le hacia tarde con los ojos llenos de tarde roja. La quería, con huesos en el hambre, el sol bajando por las ventanas ciegas, vecinas mudas sordas. La quería con el pelo sucio, con los pantalones sin emparchar y una flor robada, soltando pétalos secos, me quiere, no me quiere, no me quiere no me quiere no me quiere. Igual la quería. Ya pasaba las siete y en la calesita se quemaban las flores, y sí, había humo también, y la sortija, que no aparece que falta que no existe. Y la quería, sí.

Antigüedades XI

Edipofiloso

Luka olvidó su sonrisa. Se podía cantar en su presencia, garabatear las paredes, picar una cebolla frente a sus ojos pero él no se inmutaba; no corrompía su quietud a menos que, claro, después no encontrara los cuchillos en su lugar, la taza para desayuno junto a las vainillas y las tostadas tibias, como había sido siempre desde su infancia.
Tomaba el cuchillo para raspar las tostadas que se habían quemado de más y cumplía con la rutina diaria. Luego de higienizarse muy bien las manos leía el diario, repasaba el obituario con frecuencia, dos o tres veces por día, para sentirse más vivo.
A la mañana siguiente del día en el que empieza el invierno, hizo las tostadas, limpió la taza y acomodó el cuchillo y las vainillas en su lugar. Con fastidio, levantó la mesa, barrió los restos, tomó la bolsa negra y larga que guardaba en el cajón de su mesa de luz, guardó en ella la basura y salió a arrojar la bolsa lejos del hogar.
Cuando empezaba a acostumbrarse al sueño, ése que le generaba levantarse temprano para preparar el desayuno, encontró bajo la puerta lo que sabría al instante era un telegrama de la morgue: suponían que su madre había sido encontrada muerta y le exigían que fuera a identificar los restos.
Terminó de leer, dobló el papel por la mitad al mismo momento en que sonaba el timbre y acudió a la puerta. Al abrir, sintió que la sangre de los ojos le ardía en las pupilas y el odio de verlo a él, ahí, con el peinado impecable, la risa impostora y ese andar ladino que calcinaba sus venas, preguntó con cara de ladrón:
- ¿Está tu madre?
-Salió, no se sentía bien, la vi un tanto defraudada.
Cerró la puerta bruscamente y a paso tranquilo se adentró en la cocina color amanecer mezclado con un verde de ventiluz.
Se centró. Miró la mesa: todo en orden. Sonrió y tiró el telegrama.

Al sentarse, vio las tostadas, las vainillas, la taza, y vio a su madre, el cuchillo y la sangre cayendo.
Alex Grey - Artist hand